domingo, 15 de agosto de 2010

Noche de estrellas


Mi cuñá Marcela ya habló de esto, pero su gusto por lo telegráfico siempre me deja con ganas de mas.

Llama Marcela a Latumari y le dice que si vamos al día siguiente por la noche de escapada a León para ver la lluvia de estrellas, hay dudas porque yo soy la única que tiene que madrugar y como yo soy muy sacrificada para esas cosas, disipo las dudas velozmente y decidimos hacerlo, que buena falta me hacía oxigenarme un poco.

Yo trabajé de mañana, Latumari trabajó de tarde y Marcela no dio un palo al agua, sólo al del golf. Mientras esperaba por las dos, preparé tremenda cafetera, un termo de café y otro de leche, dos mantitas polares (que vamos pa mayores y las noches leonesas son imprevisibles) y una silla playera, que las otras dos ya las traía mi cuñá.

Marcela apareció con las otras dos sillas, unos bocadillos tamaño obrero famélico, de cecina, bañada en aceite virgen y queso de cabra. Vasos, azúcar, cucharillas y dos sorpresas que no pensaba decirme hasta que no estuviéramos in situ.

Cuando llegó Latumari, apareció con más vasos, cucharilla y supervisó todo el equipo. Marcela le comentó lo de las dos sorpresitas y que no pensaba decirnos nada.

Si te dicen que no te van a dar una sorpresa hasta que llegue el momento adecuado, pues no te queda otra que aguantar no??... pues con Marcela no vale... cuando nos dimos cuenta tenía medio puchero en la cara por nuestra falta de insistencia y terminó hasta dando saltitos de enfado. Reventó las sorpresas allí mismo: traía lo que en apariencia era una lata de refresco, con la peculiaridad de que dentro no tenía refresco, sino una colección de bombones belgas y una botellita minúscula para mi, de crema de orujo, mi chupito preferido. Y de paso, también le trajo una botellita de vino a Latumari. Por traer, se trajo hasta los hielos para que yo pudiera disfrutar plenamente de la copichuela nocturna.

Pues allá nos fuimos. Llovía ligeramente y nos encontramos con numerosos bancos de niebla. El calor bochornoso de los días anteriores y la lluvia, producían una niebla pesada y extraña.

Y aterrizamos en Babia. Se nos resitía la cuneta de nuestros sueños, pero finalmente dimos con ella.

Sillas fuera, alineación de los astros: Latumari, Marcela y yo en posición. Estrellas brillantes, brisa nocturna. Operación mantas. En ese momento, Marcela y yo vimos la primera estrella. Inmediatamente después, alumbradas por el calor de una linterna petaquera, atacamos los bocatas. Risas. Muchas risas. Lágrimas de risa. Dolores de risa. Segunda estrella cazada por Marcela y por mi. Latumari pataleaba indignada.

Llegaron los cafés, calentitos y apetecibles. Tercera estrella capturada por Latumari y Marcela. Yo estaba ocupadísima saboreando mi chupito y mi café.

Con los cafés vinieron los poemas, que recitados bajo aquella bóveda, eran de lo más reconfortantes... aunque fueran de un soez increíble...jajajaja... y vinieron más risas, y luego la caída de los bombones y llegó el momento del silencio. Esos silencios que jamás incomodan y que incluso son recibidos con los brazos abiertos, porque te ponen en perfecta comunión con el universo.

Se aproximaba una gran nube que iba engullendo las estrellas poco a poco. Decidimos levantar nuestro campamento gitano si es que la cervicalgia nos lo permitía. Mientras recogíamos las cosas, Marcela pilló otra estrella. Cuatro de cuatro, la cuñá estaba sembrada.

Y volvimos a casa, cansadas pero muuuuy satisfechas. Marcela vino a echar el último cigarro con nosotras a nuestra cama, como ya es costumbre y poco después nos quedamos fritas.

Al día siguiente me dormí, menos mal que Latumari pudo llevarme en coche al curro, pero tampoco me hubiera importado llegar tarde, porque después de una noche como esa, que me quiten lo bailao!!

martes, 10 de agosto de 2010

Qué pena... tan jóven...


Todos los días hago el mismo recorrido para ir hacia el tren que me llevará a Oviedo. Todos los días, voy sola, enfilando esa recta que a la vuelta, parece no tener fin. Cuanto más temprano, más sóla voy. Aparentemente.

Cuando enfilo la recta, me gusta complicarme la vida. Lo digo porque siempre cruzo hacia la otra acera, por allí no suele ir la gente, es una acera demasiado estrecha. Bordeada por las vallas del tren y del otro lado, los coches aparcados. Si a eso le añadimos las farolas que sembraron cada X metros, pues el resultado es que sólo la utilizo yo. Es Mi acera, la conozco palmo a palmo y domino su recorrido con la elegancia que me proporciona el más absoluto conocimiento de cada baldosa. Me contorsiono suavemente ante el bordeo de cada farola, nada de bajar el escalón, eso tiene muy poca ciencia. Sé esquivar con los ojos cerrados los brazos de las pequeñas zarzas que desean arañar mis pantalones e invadir la carretera.

Aparentemente voy sola.

Cuando empecé a relacionarme con la recta y su acera, me di cuenta de que escondido tras la valla, había algo que me observaba fijamente y con precaución. Incluso lo sentía corretear una vez que yo había pasado.

Al poco tiempo, me di cuenta de que no iba tan sola por la recta. Empecé a toparme con caracoles madrugadores y somnolientos. Ellos hacen que camine con la gracia de un ninja, voy scaneando el perímetro con velocidad porque si piso uno, me da un jamacuco y sería capaz de ponerme a llorar a moco tendido por el sufrimiento. Cuando regreso, mis caracolillos ya no están, han traspasado la valla y roncan plácidamente escondidos entre la vegetación. Ahora las que me acompañan son las mariposas. Pequeñas mariposas amarillas que van jaleándome para que llegue al final de la recta sin morir en el intento. Pero las que me dan más trabajo, son mis lagartijillas, porque con el calor del medio día, se vuelven irresponsables y descaradas. Las muy bobas llegan a bajar el bordillo de la acera y ya se sabe que las lagartijas desconocen lo que es la valentía. Bueno, en realidad son tan histéricas, que desconocen cualquier sentimiento, sólo distinguen la emoción: " uy!!... que calorcito... me pondré un poquito más adelante??... o no??... o si??... o no??... o si??".

Ydistinguen el miedo panicoso:..." Arrea!!!... un humanooo!!... no lo ví llegar!!... qué haré??... pa' dónde tiro??".

Y claro, a mi no me queda más remedio que ir caminando con exquisita suavidad, sin brusquedades, ahora voy en la modalidad de ninja-bailarina-de-ballet. Porque y si por mi culpa una de mis lagartijas sale corriendo hacia la carretera en lugar de correr hacia la maleza???... y si me la estrapalla un coche delante de mis narices??... me moriría de la impresión.

Por lo tanto: la poca gente con la que pueda cruzarme, a primeras horas de la mañana, ve a una chica elegantíiiiiisima, que camina como si el mundo le perteneciera. Pero a los cinco metros, la misma chica, va haciendo estrambóticas eses... qué pena!!!... tan jóven!!

El resto de la gente que me ve a medio día, vuelve a ver a la misma y elegantíiiiiiisima chica caminando con soltura y dinamismo, tan es así, que las mariposillas silvestres la saludan a su paso. Pero a los diez metros, esa misma chica va ralentizando su paso hasta hacerlo casi en cámara lenta y manteniendo extrañas y solitarias conversaciones, acelera y aminora, acelera y aminora, acelera y aminora... dos abuelas me observan desde la acera de enfrente y murmuran entre ellas.

Me paro, las miro y desde mi acera les grito: Ya sé, ya sé.... qué pena!!!!... tan jóven!!!!