martes, 21 de septiembre de 2010

Mirando la vida pasar


La penúltima vez que volví a México, fue por la boda de mi único hermano. Justo dos días antes de volver a España, me fisuré los ligamentos de un tobillo, por lo que tuvieron que ponerme una férula de escayola y vendarme hasta la rodilla. Se supone que debía mantener la pierna en alto el mayor tiempo posible, pero claro, si te toca viajar en avión, es sumamente difícil, a menos que al señor de adelante no le importe que le ponga la pierna en la coronilla.

El caso es que nos tocó pasar noche en N. York. Ciudad inmensa se mire por dónde se mire. Decidimos que a la mañana siguiente, nos iríamos pronto al aeropuerto, porque llevando la pata como la llevaba, no estaba para muchas florituras y así lo hicimos.

Me gusta viajar con mi madre. Bueno, con mi madre me gusta todo, porque tiene una conversación amena y divertida, fue capaz de hacer hablar en español al recepcionista del hotel. Todavía la recuerdo desenvolviéndose por ese pedazo de aeropuerto que es el F. Kennedy, oye!! parecía que andaba por Barajas!!

Bueno, pues nada, que facturamos las maletas y nos sentamos. Las dos observamos que había un carrito de esos para llevar las maletas, abandonado, a un par de metros de distancia. Resultaba curioso porque ese aeropuerto es inmenso, nadie puede, ni debe moverse por él si no tienes algo con ruedas para transportar tu equipaje y no morir en el intento.

Al minuto, apareció la primera persona acelerada por el pasillo. Mi madre y yo la observamos, parecíamos dos abuelas de pueblo viendo la vida pasar. Las dos vimos el destello lujurioso en su ojo cuando vio el carrito y como aceleró el paso para apoderarse de él. Lanzó su maleta con satisfacción y le imprimió un empujón al inesperado regalo motorizado. La trampa estaba en una de las ruedas delanteras: estaba dañada y se atascaba, por eso lo habían abandonado en medio de la nada. Al empujarlo con tanto ímpetu, el carrito se encabritó y el cuerpo de la persona, casi sale impelido por encima de él.

Mi madre y yo asistimos a todo aquello analíticamente, viendo como evolucionaba, pero cuando vimos lo del empujón y el tropezón, creímos morir. Nos empezó a dar tal congestión de risa, que sólo eramos capaces de ponernos moradas y llorar, y llorar y llorar... he de decir que cuando mi madre y yo nos cegamos riendo, sonamos igual que Lindo Pulgoso, las dos nos agarramos el corazón e intentamos extender la otra mano para aferrarnos a algo invisible que nos de la bocanada de aire necesaria para no reventar como una castaña.

Aquel carrito, nos salvó. Nos hizo pasar uno de los mejores y más divertidos momentos de nuestra vida. Pasajero, tras pasajero, todos hacían exactamente lo mismo. A todos se les veía el fogonazo de alegría, la cara de egoísmo, la de satisfacción, la de susto inesperado y la de mala leche cuando descubrían el por qué de aquel abandono.

Cuatro horas dan para mucho en un aeropuerto. De esas cuatro horas pude sacar en conclusión que la raza humana es egoísta, avariciosa y malhumorada, pero inevitablemente, cada cierto tiempo, aparecía una persona que realmente era capaz de apreciar lo tonto y simpático de su comportamiento y marcharse moviendo la cabeza, con una sonrisa de oreja a oreja.

Como la vida misma, oye!!

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Sin pegar ojo


Tres de la madrugada. Latumari y Marcela en el salón, viendo/comentando lo que echan por la tele. Nuka (nuestra yorkshire), medio desesperada, porque no sabe si ir para el salón o quedarse aquí conmigo.
Mañana operan a Latumari, de ahí su desvelo. Por más que lo intenta, no es capaz de quitárselo de la cabeza. A nadie le gusta entrar en un quirófano por más leve que sea la intervención.
Marcela acompaña a Latumari, que pa' ella es Lamimari, por pura solidaridad y amor del bueno.
Y yo, estoy despierta por el simple hecho de estar agotada hasta la médula. Yo, que duermo en el pico de una piedra. Yo, que soy la viva imagen de un lirón hecho persona... no puedo dormir!!
El trabajo me está consumiendo viva, hace tiempo que no me siento feliz haciendo lo que hago. Vivo más tiempo en la empresa que en mi casa, pero lo que ha colmado mis nervios, es que debido a los nuevos e inhumanos horarios que tengo, haya tenido que dormir fuera de casa, alejándome de Latumari y de todo lo que me es querido. Eso no lo soporto, ni lo perdono, aunque sólo haya sido un día.
Definitivamente, esto ya no es lo mío.
Mejor me voy con Latumari y con mi cuñá Marcela, seguro que caen unas risas y harán que me sienta infinitamente mejor por el simple hecho de tenerlas al lado. Esparadme, chicaaaas!!