
Pues conocimos a la Inés de Marcela.
Y todo fue estupendo, porque Inés es encantadora, de cabellera rubia, casi tan alta como Marcela y curvilínea.
No puede ser tranquilizador llegar a un lugar dónde no conoces a nadie, sabiendo que vas a ser analizada por los cuatro costados, costuras incluídas.
Pero ahí estaba Inés, tranquilita, con la risa a flor de piel. Aguantando como una campeona y adaptándose a todas las circunstancias. Y todo lo llenamos con risas, con intercambios culturales, con aventurillas y con comida. Montañas de comida!!
No ha sido nada difícil aceptar a Inés, en realidad, no tuvimos que aceptarla. Ella solita se coló y encontró su propio sitio, como si hubiera estado con nosotras desde el principio.
Ayer nos despedimos de ella. Y ya sentí un puntito de pena porque no me apetecía nada, nadita, nada, que se fuera. Que la buena gente me encanta, sobre todo, si es capaz de apreciar una increíble crema de orujo junto a mi.
Y que pareja más guapa hacen Inés y mi cuñá. Que a Marcela ya la conocemos y sabemos cómo respira, pero Inés no se queda corta, porque no hubo un sólo minuto en el que no le prodigara atenciones y cariño a mi cuñá.
Hay gente suavecita, confortable y que te da muy buen rollo. Así es Inés. Por algo Latumari y yo le dedicamos algunas canciones de nuestro repertorio más íntimo, para que no le sea fácil olvidarnos.
Todavía tengo grabadas todas las risas que nos echamos las cuatro, que fueron muchas y continuas.
Esperamos volver a verte Inés, ojalá y no tardemos en coincidir las cuatro, que nos han quedado pendientes muchas más risas y muchas más conversaciones.
Mientras tanto, me quedo con vuestras miradas de complicidad y entendimiento.
Besazos, chicas...
P.D: sólo vosotras entendereis ésta foto, cierto??... jajaja